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Luis Landero, El balcón en invierno

Luis Landero con sus padres y sus hermanas.

Porque lo que no se escribe se pierde sin remedio, recordamos si acaso un olor, un sabor, un gesto, un rostro...

Desde el balcón al que se asoma cuando se levanta de la mesa y hace una pausa en su labor de novelista, Luis Landero (Albuquerque, Badajoz, 1948) cree llegado el momento de hacer memoria y escribir sobre su familia. Lo hace - el relato no es lineal - intercalando tiempos y momentos de manera que poco a poco el lector va completando el puzzle de la biografía de Landero a partir de su historia familiar.
El momento que marca radicalmente su vida - uno de esos momentos cuya trascendencia sólo adivinamos mucho más tarde - fue la muerte, en mayo de 1964, de su padre cuando él tenía dieciséis años. Sobre este momento se articula buena parte del libro y sus páginas más emotivas y conmovedoras. La figura del padre autoritario al que el Luis adolescente se enfrenta, que vista en perspectiva es la de un hombre que supo entender que debía abandonar el campo donde sus antepasados habían vivido desde siempre para emigrar a la capital y buscarles allí un futuro mejor a sus hijos. Para Luis, el varón, un colegio de curas y una vida de ingeniero.
El relato tiene interés cuando habla de esta familia de emigrantes llegados al barrio de Prosperidad, de Madrid, en 1960 para que el niño estudie y la madre y las hijas saquen adelante a la familia tricotando, cuando habla de los primeros trabajos de Luis y de su acercamiento a los libros y los estudios. Pero lo pierde por momentos cuantos más kilómetros y años se aleja para hablar de la vida en el campo durante la infancia de sus padres y de la vida de parientes más lejanos y aun más incultos y pegados a la tierra. Así, un libro que promete cuando aparece el momento crucial de la muerte del padre, se desinfla por momentos según avanza hacia su final.
No queda claro si Luis Landero ha querido recordar su juventud, autobiografiarse u homenajear a sus padres y antepasados. El problema es que - al margen de los años mozos del autor, su capacidad para hacerse así mismo y convertirse en novelista de pro desde su origen emigrante y no haber conocido los libros hasta casi los veinte años, y de la visión de su padre que supo escapar del campo en el momento adecuado - la vida de los parientes de Landero no tiene mayor interés que la del abuelo de Sergio del Molino y, por otra parte, Landero tiene el pudor de no centrarse en la vida que si puede tener interés; la suya.
Juegos de la edad tardía (1989) y Caballeros de fortuna (1994), sus dos primeras novelas, son, probablemente las obras más prestigiosas del autor de El balcón en invierno (Tusquets, 2014).

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