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Daniel Woodrell, La muerte del pequeño Shug

Shug es un chico, gordo, de trece años que vive con su joven y sexy madre, a la que llama por su nombre de pila, Glenda, en una casa junto al cementerio que se encargan de cuidar. Ella carece de estudios y de trabajo. A temporadas, cuando no tiene otra cosa que hacer - robar - en otro sitio, aparece por la casa Red, el supuesto padre de Shug. Red es violento y maltrata y desprecia a Glenda y Shug continuamente; ella le teme, pero no tiene manera de escapar de él. A Shug le obliga, aprovechándose de que es menor de edad, a introducirse en casas para robar en ellas medicinas que Red y su compinche Basil emplean para drogarse. El círculo social de Shug se cierra con su abuela y su tío Carl, recién regresado, mutilado, de la guerra (entendemos, aunque no haya datos temporales en la novela, que de la de Vietnam; estamos a mediados de los sesenta). Un buen día aparecerá por casualidad en la vida de Glenda y Shug un hombre bueno y educado en un Thunderbird verde; Glenda verá en él la única manera de huir de Red. Llegará entonces el último, magnífico y trepidante tercio de La muerte del pequeño Shug (2001, Alba, 2014).
Shug nos relata los hechos ocurridos en el verano en que murió su infancia, su inocencia. La novela, de estructura lineal, estilo claro y cinematográfico que consigue decir mucho en pocas palabras, de personajes llenos de vida - aunque sea una vida dura -, es una novela negra que nos recuerda El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain, una novela que, ambientada en un verano, nos habla del fin de la infancia, una novela que con crudeza nos habla de la violencia de género y de las mujeres sin recursos obligadas a aguantar a su maltratador que sólo encuentran refugio en el alcohol y del sufrimiento de los hijos en esas situaciones, una novela que, como Galveston de Nic Pizzolatto, nos muestra que no hay opciones - ni en la literatura ni en la vida - cuando te ha tocado póquer de cartas marcadas (un padre delincuente, una madre demasiado joven, sin preparación, vestida siempre con pantalones demasiado cortos y agarrada a la botella, una familia sin recursos y un entorno hostil). La muerte del pequeño Shug es una excelente novela que puede parecer que retoma viejas fórmulas y elementos (el final del verano como marco del final de la infancia, el sexo y la violencia como fuente de la tragedia, el hombre bueno que aparece inesperadamente para dinamitar el status quo hacia un final inevitable...), pero lo hace con gran maestría, con una prosa contundente carente de retoricismos innecesarios, con ricos diálogos, con una intensidad creciente que hace que el lector disfrute de cada página un poco más que de la anterior, hasta la última, con un final sorprendente por mucho que resulte inevitable... La muerte del pequeño Shug es, en suma, un ejemplo más de que quien sabe escribir, para crear una buena historia - buena literatura -, no necesita recurrir a más palabras y páginas de las necesarias ni a exhibicionismos léxicos y de retóricas huecas.
Daniel Woodrell (Springfield, Missouri, 1953) es autor de una decena de novelas, la mayoría de ellas ambientadas en las montañas Orzak, en las que Woodrell nació y vive, tierra tradicionalmente inhóspita y poblada por gentes que huyen de la ley o de la sociedad (como nos explica el autor en el apéndice de La muerte del pequeño Shug). Alba ha publicado en 2013 Los huesos del invierno (2006), tras el éxito de su versión cinematográfica, y La muerte del pequeño Shug.

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